
Juan era la verja de madera que limita una dimensión. Un jardín espacioso, un vivero, un canil, los restos olvidados de casas derruídas, el mirar ajeno, o tal vez la respuesta a seguir un camino sin marcación alguna.
Creó su propio cerco; con clavos oxidados, con cuñas, con restos de pintura, con las hiedras como guía, y lo concluyó, con su sístole o su diástole, sobre su piel crepada.
Auténtico, aventurero, triunfador, libre, rebelde y hermanado, a las lógicas causas ajenas.
Luego, fue por años el otro, el que no escucha, el que casi no habla, mezquino en dar las gracias, el que cree que son solo los otros los que cambian.
Sin la protección de Juan ; la lluvia penetró la madera, y dejó en sus cavidades el hongo que degrada.
Hoy se despide el cerco verdoso, y se lleva el saber amojonar el terreno, poniendo límites a los linderos.
Otros vendrán, y cerrarán su sitio, y ya nadie reclamará, la posesión ínfima del mismo. El tiempo salta vallas; y deja acorralado hasta la angustia, de haberlo poseído…

Bella y sincera, manera de describir la decadencia, querida Stella.
Tus letras son siempre hermosas. La historia son letras que describen las palabras … no dejes de hacerlo nunca, querida amiga.
Un abrazo muy fuerte, dueña y señora de las letras del Cono Sur,
Creo, que la degradación se impone, en la decadencia de las cosas; entre ellas el vivir.
Gracias por tus palabras. Un abrazo largo
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Muchas gracias por tu enlace.
Un abrazo fuerte, mi amigo, mi querido doctor.