– Es la casa que tiene muchos escalones a la entrada. No hay como equivocarse.
– Gracias, estoy decidida a verlo y contarle la verdad. Hay situaciones que no se resuelven por terceros.
Los lentes se resbalan, la mirada casi agotada responde
-Demoraste mucho, dejaste pasar los años. Me han dicho que él no es el mismo. Tiene fama, dinero, poder. No lo he visto, y no quiero saber más de su vida. Averigüé el domicilio para hacerte un último favor. No me menciones, y no vuelvas a contactarte conmigo.
– Te hizo mucho daño. Fuiste a la cárcel por culpa…
– De los dos Rita, de todos. Lo planeamos juntos, a él le salió bien, a mi regular, a Sonia le costó la vida y a tí nada..nada..Tú escogiste a quien servir.
– No fue tan así.
– No me mientas a mí, porque fuimos resaca, y él puede fingir ser ahora un Tannat estacionado.
Se despiden; tienen en común un pasado turbulento, ninguno de los cuatro era mejor que el otro.
La escalera ancha sin pasamanos, abierta a la vista, pintada color sobre color, rojo, gris, morado, azul, rosa, negro, ningún escalón igual al otro, y ninguno similar en sus partes, y cada tanto un foco desigual de luz que indica un largo recorrido. Allá al fondo al terminar la aventura, un reja guarda la entrada y como vigilante de emociones, lejos la puerta de dura madera.
Alza la mirada, la casa se pierde entre la vegetación.
Sube la escalera trabajosamente, resbalándose, bebiendo el color mezclado a grandes sorbos. Guarda su secreto. Aunque tiembla, y teme, se acerca a el pasado con alevosía.
La detiene la reja, con sus volutas y sus hojas de acanto. No hay timbre, llamador, o campana, ni bisagras, cerradura, o pestillo.
Nadie se pregunta donde está, nadie la buscó, nadie la encontró, no hubo reclamo sonoro alguno, no existió la voz de auxilio del secreto.
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